viernes, 3 de junio de 2011

¿QUE ES Y PARA QUE SIRVE EL PSICOANALISIS?



Con frecuencia se nos pregunta qué relación guarda el psicoanálisis con la psiquiatría y con la psicología, o si en el fondo no son la misma cosa. Para resolver esta duda, digamos en primer lugar que el psicoanálisis es un tipo especial de psicología, y que posee una identidad propia que lo diferencia por completo de otras disciplinas con nombres parecidos. Pero detengámonos un poco a ver cómo es esto.
La palabra psicoanálisis fue acuñada por el conocido médico y pensador austriaco Sigmund Freud (1856-1939). Con ella se refería a un método creado por él para el estudio y tratamiento de un amplio grupo de padecimientos que la medicina de su época conocía como neurosis. Las famosas neurosis eran una especie de “basurero” conceptual de la medicina en el cual eran arrojados sin miramientos todos aquellos enfermos que sufrían de ciertos síntomas que parecían tener su origen en el sistema nervioso, pero sin que fuera posible encontrar evidencia de ello ni en el ser vivo ni en su cadáver. En resumidas cuentas, la causa de las neurosis se atribuía a una supuesta “degeneración cerebral” que nunca se logró demostrar.

Los padecimientos neuróticos más comunes eran la histeria (caracterizada por trastornos como la “personalidad múltiple” y por alteraciones de distintas funciones nerviosas, como ceguera o parálisis); las fobias (temores irracionales, por ejemplo a algún animal o a salir a la calle); y las obsesiones (pensamientos torturantes y absurdos, pero imposibles de quitar de la cabeza).
Pues bien, impulsado por un deseo de aliviar el sufrimiento de sus pacientes, pero sobre todo por un apetito de saber, Freud se dio cuenta, de manera gradual y en buena medida por casualidad, de que con escuchar de manera atenta y desprejuiciada al enfermo era posible no solamente librarlo de sus síntomas neuróticos, sino también comprender las causas de los mismos. Por razones de espacio, no es éste el lugar para describir con pormenores cómo llegó el fundador del psicoanálisis a diseñar el método que aún hoy practicamos. Por ahora, baste con decir que mediante él pudo establecer que el síntoma neurótico era un producto mental, un fenómeno psíquico, y no la consecuencia de una anomalía cerebral.
Freud descubrió que la base del síntoma neurótico era un deseo, un impulso instintivo teñido de elementos sexuales y agresivos, generalmente originado en la infancia, del cual ni el paciente ni ninguna otra persona tenían la menor noticia. Más aún, el investigador pudo averiguar la razón de tal desconocimiento: dichos impulsos debían ser reprimidos, es decir, excluidos de la conciencia y de la actividad normal, porque el tomar conocimiento de ellos pondría al individuo en contradicción con otros aspectos de su personalidad y con la cultura misma.
Por ejemplo, Freud supo del caso de un niño de cinco años que no podía salir a la calle por temor a que lo mordiera un caballo. Hablando con el padre del niño, logró averiguar que en la figura del caballo se depositaban los intensos y confusos sentimientos del pequeño enfermo respecto de su progenitor: amor y admiración por un lado; odio, rivalidad por el amor de la madre y miedo por el otro. Así pues, el niño podía mantener el amor hacia su padre y, al mismo tiempo, seguir acariciando la ilusión de la posesión exclusiva de su madre mediante el desplazamiento hacia el caballo de los sentimientos hostiles y del temor de ser castrado por el padre, a quien dicho animal representaba en su inconsciente. De esa manera, se defendía de la angustia refiriéndola a algo de lo que podía huir, como era el caballo. Como se ve, el síntoma era una especie de solución de compromiso entre una serie de impulsos que seguían reclamando su satisfacción y un conjunto de fuerzas defensivas que se les oponían.
Por el análisis de muchos casos como el mencionado, Freud llegó a la conclusión general de que los seres humanos, tanto los neuróticos como los “normales”, eran gobernados por impulsos y procesos mentales de los cuales ni ellos mismos tenían idea, porque tal conocimiento los pondría en una situación de angustia y de conflicto consigo mismos y con el entorno cultural. Fue así como estableció el concepto más importante del psicoanálisis y base de nuestro quehacer: el del inconsciente dinámico o reprimido.
Como si con lo anterior no bastara, Freud diseñó un método para el estudio de los sueños que despejó toda duda acerca de la importancia de los mismos. La aplicación sistemática de dicho método ha demostrado que los sueños no solamente tienen sentido, sino que su comprensión nos señala el “camino real” para el conocimiento del inconsciente.
En conclusión, el psicoanálisis nos enseña que no somos dueños ni de nosotros mismos, puesto que nos gobiernan tendencias y procesos que normalmente no podemos ni queremos conocer. No resulta extraño que esta idea hiera hondamente la vanidad del hombre moderno, tan pagado de sí mismo, de su poder y de su racionalidad.
Ahora bien, y aunque debe quedar perfectamente claro que solamente puede llamarse psicoanálisis al método creado por Freud para el estudio del inconsciente, es mucho lo que esta disciplina ha avanzado a lo largo de los más de cien años transcurridos desde la publicación de los primeros trabajos psicoanalíticos de su fundador. Las investigaciones de las generaciones analíticas posteriores a Freud han posibilitado un conocimiento más profundo y sutil del psiquismo inconsciente, conocimiento que ha permitido llevar los beneficios del psicoanálisis a muchas más personas.
Son dignas de especial mención las figuras de Anna Freud (1895-1982) y Melanie Klein (1882-1960). Ellas demostraron que el psicoanálisis podía ser empleado en los niños y desarrollaron técnicas especiales para ello, basadas en el juego. La primera desarrolló las teorías de su padre sobre la estructura de la personalidad, mientras que la última se interesó especialmente por el estudio de las que llamó ansiedades tempranas, cuya comprensión permitió ayudar mediante el psicoanálisis a enfermos mentales graves, tales como los esquizofrénicos.
Otros investigadores, entre los que podemos destacar a Donald Winnicott (1896-1971), estudiaron detenidamente la relación temprana madre-bebé y subrayaron la importancia de sus perturbaciones como factor causante de muchos trastornos emocionales. Por otra parte, nos hicieron comprender que el aparato psíquico sólo podía ser entendido como función de una relación, concepto que ha tenido un papel decisivo en los desarrollos ulteriores del psicoanálisis.
Esto último nos lleva a plantearnos la cuestión de cómo funciona y para qué sirve el psicoanálisis. Como primera medida, lo que hace el analista es poner a disposición del paciente una serie de habitualidades de tiempo y espacio que permiten que entre ambos se establezca una relación muy especial y diferente de cualquier otra. Ahora bien, estas habitualidades pueden considerarse como la cara exterior de la particular actitud del analista, que se caracteriza por ser receptiva, acogedora y comprensiva. El analista evita invadir la relación con sus prejuicios morales, religiosos, políticos, etc.
Esta relación, en la que el analista muestra muy poco de su individualidad, le permite al paciente utilizarlo como “pantalla de proyección” de su sistema de ansiedades y modelos inconscientes de relación. Merced a su capacidad de ponerse en contacto con su propio inconsciente y de someter a un “metabolismo psicológico” lo aportado por el paciente a la relación, el analista puede convertir esto en un tipo especial de conocimiento y luego transmitírselo al paciente de manera que éste pueda tolerarlo y utilizarlo. Gracias a esto el analizando puede verse a sí mismo en su relación con el analista bajo una nueva luz, lo cual confiere un sentido a los sufrimientos que lo llevaron a pedir ayuda. Por otra parte, la relación analítica obra como un modelo que, al ser interiorizado, modifica todo el sistema de relaciones del paciente.
En síntesis, el psicoanálisis ha probado ser un método de gran utilidad para la comprensión y tratamiento de los sufrimientos generados por trastornos como las neurosis y psicosis, además de muchas otras alteraciones de la vida sexual, de las relaciones interpersonales, trastornos de la personalidad y el carácter, reacciones situacionales, etc. Así pues, sólo nos queda añadir que la única forma de saber qué tan buena es la experiencia analítica consiste en pasar por ella.

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